La Integración
Vivimos en un mundo de opuestos, en una constante dualidad.
Desde pequeños nos enseñan lo que está bien y lo que está mal, lo que se espera de nosotros para recibir aprobación, y lo que genera enfado o rechazo en quienes nos rodean.
Paradójicamente, crecemos aceptando estas referencias como la única verdad, sin cuestionarlas, sin detenernos a pensar si realmente es así.
Al madurar, nos encontramos con nuevas culturas, diferentes formas de ver y vivir la vida, y tendemos a juzgar todo aquello que se aleja de lo que aprendimos como «correcto». Sin detenernos a reflexionar que aquello que etiquetamos como “malo” puede ser, para esas personas, lo que se les enseñó como “bueno”.
En esta batalla constante entre el bien y el mal, jugamos un partido de tenis mental mirando siempre hacia afuera, sin tomarnos el tiempo de mirar hacia adentro.
¿Y si dejáramos de lado las doctrinas? ¿Y si diéramos un paso atrás y nos preguntáramos cuál es nuestra verdad, nuestra propia verdad? ¿Qué pasaría si entendemos que las verdades no son únicas ni universales?
¿Qué sucedería si aceptáramos que hay verdades dentro de verdades? Que al juzgar al otro, no solo nos perdemos su perspectiva, sino también la oportunidad de ampliar la nuestra, de alcanzar una comprensión más completa y elevada del vasto océano de la vida.
Yo misma he rechazado y juzgado lo opuesto a lo que creía correcto durante muchos años. Me he visto en un extremo, y luego en el otro.
He estado inmersa en la más pura ciencia y también en la más pura espiritualidad. Y ambas me han ofrecido grandes aprendizajes.
Después de tantas idas y venidas, he descubierto que la clave está en la integración.
La fusión de los opuestos, el camino del medio (como dicen los budistas) o, como a mí me gusta llamarlo, la quietud en movimiento.
Y es ahí donde he aprendido a valorar y reconocer la belleza de la integración, la no exclusión, la aceptación. Porque solo así puede florecer lo realmente bello, lo abundante, lo etéreo y lo físico, lo eterno.
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Feliz Vida.